La enfermedad cardiovascular esta considerada como una de las principales causas de muerte en los países desarrollados. Además de una alimentación desequilibrada, los principales factores de riesgo que desencadenan las enfermedades vasculares son la hipertensión, la diabetes, el tabaquismo y el estilo de vida sedentario.

 

Las enfermedades cardiovasculares: principales factores de riesgo

Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte prematura en Europa, contribuyendo al aumento del coste sanitario, debido al incremento del número de enfermos crónicos.

La aparición de placas de ateroma (aterosclerosis) en la pared de las arterias, es la lesión desencadenante de estos procesos. La placa de ateroma es una acumulación de material (macrófagos muertos, colesterol, ácidos grasos, triglicéridos y restos de lipoproteínas) en la capa íntima de la pared arterial. Esta lesión se origina lentamente, convirtiéndose a la larga en crónica, dando lugar a la obstrucción del flujo sanguíneo arterial. Dependiendo de la situación del vaso afectado, las manifestaciones clínicas del proceso variarán. De esta manera, si el vaso afectado es una arteria coronaria, el paciente padecerá una angina de pecho o un infarto agudo de miocardio; si la arteria afectada se encuentra en el área cerebral, se producirá un accidente cerebrovascular. A menudo, la placa solo produce síntomas cuando se encuentra en estado avanzado, tras algunos años de progresión. La muerte que ocurre por complicación de estas placas de ateroma suele aparecer súbitamente, de forma que las intervenciones terapéuticas no son efectivas. En este escenario, la prevención de estas lesiones aparece como una acción importante en el manejo de esta patología.

Se han asociado distintos factores de riesgo con la evolución de este proceso, clasificándolos en modificables y no modificables. Entre los factores de riesgo no modificables se incluye la edad, antecedentes familiares –predisposición genética- y el sexo. Con respecto a los modificables, la dislipemia -alteración del perfil de lípidos sanguíneos: hipercolesterolemia o hipertrigliceridemia-, tabaquismo, hipertensión arterial, diabetes mellitus, sedentarismo, obesidad y estrés, entre otros, son los más característicos. Los principales factores de riesgo cardiovascular, se recogen en la Tabla 1.

* Son aquellos que intervienen de una forma directa en los procesos de desarrollo de la enfermedad cardiovascular.
** Son aquellos que se han relacionado a través de estudios epidemiológicos o clínicos con la incidencia de enfermedad cardiovascular, pero que no intervienen directamente en la génesis de la enfermedad, sino a través de otros factores de riesgo directos.

 

Tabla 1. Factores de riesgo cardiovascular. Fuente: Tratado de nutrición. Gil Hernández A, Ed. Acción Médica. Madrid, 2005: p. 567-592.

 

La eliminación o correcto control de estos procesos modificables, implica la involución -o no evolución-, de estas lesiones y por tanto la desaparición de sus complicaciones. Los cambios en los estilos de vida, orientados hacia un correcto control de estos factores de riesgo cardiovascular modificables, se han mostrado eficaces en la reducción de la mortalidad y morbilidad causada por las enfermedades cardiovasculares, sobre todo en individuos de alto riesgo. Por ello, una correcta alimentación y la realización de ejercicio físico frecuente deberían ser utilizadas como elementos "pivote" para conseguir ese cambio en el estilo de vida, necesario para disminuir el impacto de los factores de riesgo. Así, alimentación y ejercicio físico se deben convertir en verdaderos garantes de la salud, por su relación con los distintos factores de riesgo y por extensión, con los procesos cardiovasculares.

 

Importancia de la salud cardiovascular desde el punto de vista salud pública

Las enfermedades cardiovasculares constituyen la primera causa de mortalidad en los países desarrollados, debido al estilo de vida y al tipo de alimentación.

El primer estudio importante y relevante que relacionó los estilos de vida con las enfermedades cardiovasculares fue el denominado Seven Countries, realizado por Keys y Grande Covián, en el que pudieron comprobar la importancia de la dieta y ejercicio físico para alcanzar un estado de salud cardiovascular óptimo.

Factores como el estrés y una alimentación inadecuada -por ejemplo una dieta con un elevado contenido en grasas y aditivos potenciadores del sabor, alimentos precocinados y una ingesta reducida de productos frescos como frutas y verduras- influyen en la aparición de estas enfermedades, que han sido puestos de manifiesto a nivel global a través de diferentes estudios epidemiológicos como el Nurses Health Study, Adventistas y el Professional Health Study.

 

En todos ellos se evidenció la relación directa entre la ingesta de cereales integrales, frutas, verduras y frutos secos y la disminución del riesgo de contraer enfermedad coronaria y/o trombosis cerebral. Además, en el estudio de cohorte Nurses Health Study, se hizo patente que el consumo de ácidos grasos trans, está directamente relacionado con el riesgo de enfermedad coronaria. De hecho, una reducción del 2% de ácidos grasos trans por otros ácidos grasos insaturados, reducía hasta en un 53% el riesgo coronario.

 

A la vista de diferentes estudios, parece evidente la relación gradual entre el consumo de frutas y verduras y el riesgo de enfermedad coronaria. Se postula una relación dosis- respuesta en la que el riesgo más bajo se alcanza con el consumo de unas cuatro raciones de frutas y verduras al día, mientras que la protección frente al desarrollo de trombosis cerebral alcanza un valor máximo con el consumo de dos raciones de frutas y verduras al día.

 

Puesto que los alimentos vegetales contienen un elevado número de sustancias potencialmente beneficiosas para frenar el desarrollo de aterosclerosis, es prácticamente imposible identificar todos los nutrientes o sustancias responsables de este efecto cardioprotector, así como las concentraciones óptimas.

 

De hecho, numerosos ensayos clínicos han excluido el efecto protector de dosis altas de β-caroteno y vitamina E, cuando se han administrado como suplementos. Esto plantea dudas acerca de si los antioxidantes adicionados -en forma de suplementos-, pudieran tener algún efecto -complementario y/o sinérgico- junto a otros antioxidantes presentes per sé en los alimentos vegetales ingeridos.

 

Con respecto a la presión arterial, el estudio Dietary Approaches to Stop Hipertensión Trial (DASH) evidenció que una dieta basada en alimentos vegetales, rica en frutas, verduras, frutos secos, cereales integrales, productos lácteos desnatados y escasa en carnes rojas, es eficaz para su adecuado control. Otros estudios evaluados, revelan una asociación de aumento de riesgo de morbilidad y mortalidad por enfermedades cardiovasculares -incluyendo la enfermedad coronaria y accidente cerebrovascular-, con un incremento de la ingesta de sodio. Aunque la evidencia de que la ingesta alta de sodio puede tener un efecto adverso sobre la función cardíaca, que es independiente de cualquier efecto secundario debido a los cambios en la presión sanguínea, sin embargo hasta la fecha dicho factor no se considera absolutamente determinante.

 

Principales nutrientes y alimentos en la salud/enfermedad cardiovascular

Cuando el aumento del poder adquisitivo de una población permite sustituir la dieta tradicional por otra más rica y variada, se produce una transición nutricional. La primera etapa implica cambios saludables, que contribuyen a una disminución de la mortalidad por enfermedades infecciosas. Pero si la transición prosigue hacia una alimentación excesiva y de alto contenido calórico, se produce un desequilibrio nutricional que contribuye al aumento de las enfermedades cardiovasculares.

Grasas y aceites

 

Las grasas y aceites se consideran nutrientes esenciales para que nuestro organismo funcione correctamente. Los niveles de colesterol sanguíneo y el desarrollo de las enfermedades cardiovasculares dependen de la calidad y cantidad de ácidos grasos presentes en la dieta.

 

Al respecto, en la literatura científica aparecen con frecuencia nuevas evidencias relacionadas con los beneficios y riesgos asociados a la ingesta de grasas. De hecho, las directrices aportadas por OMS (Organización Mundial para la Salud) y la FAO (Organización de Agricultura y Alimentación de Naciones Unidas), relativas a la prevención de enfermedades crónicas mediante la ingesta adecuada de nutrientes en la dieta, recomiendan que el aporte energético de grasa total debe estar comprendido entre el 15 y el 30%; correspondiendo a los ácidos grasos saturados (SFA) un porcentaje inferior al 10%, los ácidos grasos poliinsaturados (PUFA) deben oscilar en el intervalo 6- 10% y el resto se completará con ácidos grasos monoinsaturados (MUFA).

 

Colesterol

 

El colesterol endógeno es una molécula que se encuentra presente en todas las membranas celulares del organismo y, al ser insoluble en medio acuoso, se transporta por la sangre asociado a proteínas y otros lípidos (fosfolípidos, triglicéridos de ácidos grasos) formando así lipoproteínas. En el plasma sanguíneo, podemos encontrar principalmente dos tipos de lipoproteínas:

 

Las LDL-colesterol (lipoproteínas de baja densidad), transportan el colesterol desde el hígado hasta los distintos tejidos del organismo depositándolo en las paredes de las arterias, favoreciendo así el desarrollo de la ateroesclerosis; por este motivo familiarmente se las denomina como colesterol "malo", debido a que se consideran un factor de riesgo para la enfermedad cardiovascular (ECV).

 

Las HDL-colesterol (lipoproteínas de alta densidad) o colesterol "bueno", se encargan de transportar el colesterol desde los diferentes tejidos hasta el hígado, para que sea eliminado y metabolizado, siendo el proceso beneficioso para el organismo. Así, una concentración baja de colesterol HDL en plasma, incrementa el riesgo sufrir enfermedad cardiovascular. Aunque no existe una relación directa dosis-dependiente positiva entre la ingesta de colesterol a través de la dieta y las concentraciones en sangre de colesterol LDL, es importante resaltar que el colesterol en la dieta se obtiene de alimentos que son fuente importante de ácidos grasos saturados, como por ejemplo: lácteos y derivados, productos cárnicos y huevos.

 

Triglicéridos

 

Los triglicéridos endógenos son grasas que se sintetizan en el hígado, encontrándose también en determinados alimentos (exógenos). Los triglicéridos circulan por el torrente sanguíneo y son transportados por unas lipoproteínas -denominadas quilomicrones- que se producen en el intestino delgado, llegando hasta los tejidos donde se utilizan como reserva energética para cubrir las necesidades metabólicas de los diferentes órganos.

 

Ácidos grasos saturados (SFAs)

 

En la actualidad podemos afirmar que el aporte dietético de ácidos grasos saturados, contribuye al incremento de los niveles séricos de colesterol total, aunque conviene resaltar que no todos los ácidos grasos presentan el mismo efecto, ya que va a depender de la longitud de la cadena carbonada.

 

En general, la ingestión de ácidos grasos saturados induce un aumento del colesterol total -a expensas del colesterol LDL-, tanto en lo que respecta al ácido láurico procedente del aceite de coco, como al ácido mirístico, presente en productos lácteos no desnatados y al ácido palmítico -en la grasa de la carne y en el aceite de palma-. En cambio, dada la rápida metabolización en el organismo del ácido esteárico a ácido oleico (monoinsaturado), éste no influirá en el incremento significativo de las cifras de colesterol LDL. Otros efectos negativos importantes asociados a una ingesta elevada de ácidos grasos saturados son la mayor oxidación de las LDL, la tendencia a aumentar la presión arterial y un riesgo mayor de sufrir trombosis.

 

En relación a lo expuesto anteriormente, es obvio que para seguir una alimentación saludable, se debe rebajar el consumo de ácidos grasos saturados, pero debemos ser conscientes que no hay que restringir sólo las grasas de origen animal, ya que un aporte nada desdeñable de estos ácidos grasos -no saludables- procede de bollería industrial y productos tipo aperitivo. En el etiquetado de estos productos se especifica que se han elaborado con grasas vegetales, lo que hace que el consumidor interprete erróneamente que son cardiosaludables cuando, en realidad, el aporte de grasa saturada de estos alimentos (por ejemplo aceites de coco y de palma) puede ser elevado.

 

Ácidos grasos monoinsaturados (MUFAs)

 

La principal fuente en nuestra alimentación de ácidos grasos monoinsaturados omega-9 (ácido oleico) procedente del aceite de oliva. La mayoría de los frutos secos, sobre todo las almendras y las avellanas, de consumo habitual en los países mediterráneos, también son fuentes importantes de ácido oleico. Lo mismo sucede con los cacahuetes, una legumbre que se identifica con los frutos secos por su alto contenido en grasa.

 

A pesar de lo reiteradamente expuesto en multitud de libros de nutrición y dietética, según el dictamen de la EFSA: las grasas monoinsaturadas (como ácidos grasos cis) son sintetizados por el organismo, no tienen ningún papel específico conocido en la prevención o la promoción de las enfermedades relacionadas con la dieta, y por lo tanto, los constituyentes no son indispensable de la dieta.

 

Ácidos grasos poliinsaturados (PUFAs)

 

Los ácidos grasos esenciales (linoleico y linolénico) no pueden sintetizarse por el organismo y deben ser ingeridos por la dieta. Entre las grasas poliinsaturadas se incluyen las procedentes de aceites vegetales con ácidos grasos omega-6 (ω-6), tales como el ácido linoleico (LA) y el gamma-linolénico, y los ácidos grasos omega-3 (ω-3, ácido alfa-linolénico ALA); así como los procedentes sobre todo del aceite de pescado, ácido eicosapentanoico (EPA) y docosahexaenoico (DHA).

 

En la bibliografía aparecen numerosos trabajos que evidencian el efecto cardiosaludable de una dieta suplementada con aceites de pescado, rica en PUFA omega-3.

 

A pesar de ello, debemos tener en cuenta que para lograr un efecto cardiosaludable, las cantidades de ingesta recomendadas de EPA y DHA deben ser inferiores a las de ácido alfa- linonénico (ALA). Al respecto, el Panel Científico de la EFSA manifiesta que el LA (ω-6) y el ALA (ω-3) compiten por las mismas enzimas desaturasas y elongasas, mostrando éstas mayor afinidad por el ω-3. Así, una ingesta elevada de ω-3 provoca una reducción de ácidos grasos ω-6 en los tejidos, de la misma forma que una ingesta elevada de ácido araquidónico (AA, ω-6) puede alterar el metabolismo y la distribución de PUFA (ω-3).

 

Para evitar estos desbalances, se aconseja que en la dieta se ingieran ácidos grasos poliinsaturados ω-3 (ALA) y ω-6 (LA) en una relación aproximada 1:3 a 1:5 ya que hasta la fecha, diferentes estudios revelan que el ω-3 se oxida menos que el ω-6. A pesar de que no existe un consenso internacional sobre la relación óptima ω-3:ω-6, la EFSA recomienda consumir más cantidad de este último acompañado de antioxidantes, en concordancia con las recomendaciones sugeridas por la American Heart Association, que afirma que el riesgo cardiovascular se reduce con una ingesta dietética rica en ácidos grasos poliinsaturados ω-3.

 

Diferentes estudios experimentales de intervención han constatado los efectos beneficiosos de los PUFA ω-3 (EPA y DHA), en la disminución del riego cardiovascular ya que reducen: las concentraciones de triglicéridos en plasma, la agregación plaquetaria y la presión arterial. Estos efectos se pusieron de manifiesto tras la ingesta de 1 gramo/día, por encima de los niveles recomendados (entre 250 a 500 mg/día de EPA y DHA) en diferentes estudios epidemiológicos, para reducir el riesgo de mortalidad por enfermedad cardiaca coronaria y muerte súbita cardíaca. En resumen, una ingesta de 250 mg/día de EPA y DHA parece ser suficiente para la prevención primaria en sujetos sanos, cifra avalada por diferentes organismos internacionales relacionados con la nutrición.

 

Los ácidos grasos trans (TFA)

 

En general, los aceites vegetales sometidos a un proceso de hidrogenación para obtener grasas semisólidas de interés tecnológico en la elaboración de distintos alimentos como la margarina, aunque también se encuentran de forma natural en la carne y la leche procedentes de los animales rumiantes, presentan efectos perjudiciales sobre múltiples factores de riesgo cardiovascular. Las grasas hidrogenadas pueden ser incluso más nocivas que las saturadas, ya que los ácidos grasos que se forman tras el proceso de hidrogenación total y/o parcial, resultan tóxicos debido a su conformación trans.

 

De hecho, se ha demostrado que este tipo de ácidos grasos puede incrementar el colesterol plasmático total y disminuir el colesterol HDL, pudiendo contribuir así al desarrollo de la aterosclerosis. En la actualidad, se admite que la ingesta de ácidos grasos trans (TFA) provoca una serie de efectos adversos, iniciándose con cambios en el perfil de las lipoproteínas séricas, aunque también pueden afectar a la respuesta inflamatoria y la función endotelial.

 

Aunque no se ha llegado a un consenso internacional respecto a la concentración umbral de TFA por encima de la cual se producen efectos adversos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que el consumo no supere el 1% de la ingesta energética total. En el mismo sentido, la Food and Drug Administration (FDA) recomienda una ingesta tan baja como sea posible y en Europa, la EFSA indica que la reducción del contenido de TFA debe mantenerse lo más baja posible en el contexto de una dieta nutricionalmente adecuada.

 

En el estudio TRANSFAIR (valoración de la ingestión de ácidos grasos "trans" y su relación con los factores de riesgo cardiovascular en países europeos) se analizó el contenido de ácidos grasos en diferentes alimentos, incluyendo los trans evidenciando una mayor contribución en ácidos grasos trans respecto al total, en patatas fritas de establecimientos de comida rápida (34%), lácteos (31,3%), vacuno (29,8%), croquetas congeladas (26%), pan de molde (17%), pasteles (15%), pasta de hojaldre congelada (12%), pizza congelada (10%), margarina vegetal (17%) y pasta de chocolate y avellanas (12%).

 

¿Qué se debe modificar en la dieta?

 

Conviene recordar que el aumento de los niveles de colesterol LDL en sangre se debe a:

 

- Las grasas saturadas de origen animal o vegetal (mantequilla, manteca, productos lácteos enteros, embutidos, aceite de coco y palma).

 

- Ácidos grasos "trans", encontrándolos mayoritariamente en alimentos elaborados con aceites y grasas hidrogenadas (palomitas para microondas, snacks, bollería industrial, helados, patatas fritas industriales, galletas, etc.)

 

- El sobrepeso y obesidad, ya que aumentan en sangre los niveles de colesterol LDL y triglicéridos, disminuyendo en consecuencia el colesterol HDL.

 

- El sedentarismo, una dieta alta en hidratos de carbono refinados -especialmente si son azúcares-, el consumo de alcohol y tabaco elevan los triglicéridos en sangre. Por ello es necesario adquirir hábitos saludables (actividad física, limitar la ingesta de alcohol, azúcares, etc.), siguiendo además una dieta óptima.

 

Hidratos de carbono

 

No existe evidencia de que la ingesta de hidratos de carbono modifique los niveles de lipoproteínas de la sangre, pero la sustitución de las grasas saturadas por hidratos de carbono se relaciona con un descenso de los valores de colesterol total en sangre. Otros estudios demuestran que las dietas pobres en grasas pero ricas en hidratos de carbono simples elevan los niveles de triglicéridos y colesterol total debido a un aumento de la síntesis hepática, aunque según la EFSA los datos disponibles al respecto no se consideran suficientes para establecer un límite superior de ingesta.

 

Con respecto a la fibra dietética soluble, disminuye la absorción de colesterol dietético y reabsorción intestinal del colesterol secretado por la bilis, eliminándose por las heces. Así, se ha evidenciado que el consumo de alimentos ricos en fibra (en torno a 25 gramos/día) en personas adultas, reduce el riesgo de enfermedad coronaria y diabetes tipo 2, mejorando además el mantenimiento del peso.

 

Proteínas y péptidos vasoactivos

 

Durante la digestión de proteínas presentes en los alimentos, se originan péptidos activos que se caracterizan por tener efectos fisiológicos propios. En la fracción proteica de la leche, se pueden encontrar péptidos biológicamente activos (isoleucina-prolina- prolina; valina-prolina-prolina) que pueden tener efectos beneficiosos sobre la presión arterial y la trombogénesis. La leche es la principal fuente de calcio alimentario, existiendo evidencias de que el calcio presenta un efecto hipocolesterolemiante. Así, una dieta enriquecida en calcio reduce el colesterol LDL.

 

Vitaminas y sustancias antioxidantes

 

Para satisfacer las demandas del organismo y garantizar una buena salud cardiovascular, se precisan unas ingestas mínimas de vitaminas. A nivel cardiovascular, las vitaminas con capacidad antioxidante (A, C y E) son las más importantes ya que evitan la formación de los radicales libres de oxígeno -responsables de la oxidación de las lipoproteínas- pudiendo estar implicadas en la prevención del desarrollo de la placa de ateroma.

 

Compuestos fenólicos: se encuentran en vegetales, frutas y verduras y tienen una marcada actividad antioxidante, protegiendo a las LDL de la oxidación. Además, a nivel fisiológico ejercen otros efectos que favorecen la actividad del sistema cardiovascular. Así, el aceite de oliva virgen contiene una cantidad importante de compuestos fenólicos, mayoritariamente oleuropeína e hidroxitirosol, con una marcada actividad antiaterogénica. Es conveniente resaltar que existe una clara diferencia entre el aceite de oliva virgen y el refinado, ya que este último carece de dichos compuestos.

 

Flavonoides: se consideran antioxidantes polifenólicos y actúan inhibiendo la oxidación del colesterol LDL, reduciendo por ello el proceso trombogénico. Entre ellos podemos citar la quercetina, miricetina y kaemferol, que se encuentran principalmente en vegetales, frutas y vino.

 

Las isoflavonas son un tipo de flavonoides con estructura química similar a la del estradiol. Existen tres formas libres mayoritarias de isoflavonas: genisteína, daidzeína y gliciteína. Se considera que la soja es la fuente más importante de isoflavonas de la dieta, existiendo evidencias epidemiológicas de una menor incidencia de enfermedad cardiovascular en países asiáticos, con respecto a Europa y Norteamérica. Esta diferencia se asocia a una alimentación pobre en grasas saturadas como consecuencia del gran consumo de soja y derivados. Sin embargo, hay que destacar que no ha sido posible elucidar si los efectos hipocolesterolémicos descritos serían debidos a la soja o a los fitoestrógenos que contiene. Además de los efectos citados, es posible que el efecto antioxidante de las isoflavonas inhiba la formación de radicales libres como peróxido de hidrógeno y aniones superóxido, contribuyendo así a la protección cardiovascular.

 

Esteroles

 

Se han descrito más de 200 tipos de esteroles vegetales diferentes, siendo el más abundante el β-sitosterol, seguido por el campesterol y el estigmasterol. Los esteroles vegetales son miembros de la familia de los triterpenos y presentan una estructura similar al colesterol. Se encuentran en baja concentración aunque de manera natural en aceites vegetales (girasol, maíz, oliva), legumbres, cereales y frutos secos. Los esteroles vegetales inhiben la absorción intestinal de colesterol, tanto el dietético como el vertido al intestino con la bilis.

 

Aunque prácticamente todos los alimentos vegetales contienen cantidades apreciables de esteroles vegetales, los aceites de maíz, girasol, soja y colza son los que presentan mayor concentración. Así una persona que consuma al día tres cucharadas de aceite de maíz, estaría ingiriendo aproximadamente 300 mg de esteroles vegetales, cantidad que posee cierta eficacia a la hora de reducir la absorción de colesterol. Una excepción sería el aceite de palma, por ser deficitario en esteroles vegetales tras someterlo al proceso de refinado. También podemos encontrarlos en legumbres (0,2%) y, en menor cantidad, en frutos secos, frutas y pan. Es importante resaltar que, con excepción de los carbohidratos altamente refinados y los productos animales, el resto de alimentos contribuye de manera apreciable a la ingesta de esteroles vegetales. En las dietas occidentales la ingesta diaria de estas sustancias se estima en unos 150-400 mg/día, aproximadamente la misma que la ingesta de colesterol, siendo mayor en algunas dietas vegetarianas y en la dieta japonesa, en las cuales se puede llegar a ingerir entre 300 y 500 mg/día de esteroles.

 

Para evaluar los efectos saludables de los esteroles vegetales, se han llevado a cabo diferentes estudios de metaánalisis y revisión sistemática en humanos, utilizando dosis diarias entre 0,8 y 4,0 gramos/día. Los resultados de dichos estudios constataron que a esas dosis se alcanzaron reducciones significativas en las concentraciones de colesterol total y LDL, sin provocar cambios en las concentraciones séricas del colesterol HDL y triglicéridos. La relación dosis-respuesta fue lineal hasta cantidades de esteroles vegetales próximas a 2 gramos/día. En cambio, el aporte de más de 2,5 gramos/día tendría un bajo efecto hipocolesterolémico adicional.

 

Minerales: Sodio y Sal

 

Durante años, se ha postulado que un consumo elevado de sal podría ser responsable del incremento de la presión arterial en algunos individuos, hecho que ha sido confirmado con posterioridad en diferentes estudios epidemiológicos. Además, se ha sugerido que el contenido en sal de la dieta durante la infancia, podría tener un efecto determinante en la edad adulta, elevando la presión arterial. Los efectos a largo plazo pueden estar relacionados con la adquisición de un sabor preferencial para la sal, aunque también hay evidencia de que provoca un cambio en la capacidad del individuo para controlar las cantidades utilizadas. La ingesta media diaria de sodio de la población Europea -entre 3 y 5 gramos-, está muy por encima de las recomendaciones nutricionales (alrededor de 1,5 gramos de sodio/día en adultos). La deficiencia dietética de sodio es poco habitual, debido a que se encuentra en la mayoría de los alimentos. En forma de sal, se añade a los alimentos durante su procesado, cocinado o antes de su consumo.

 

El término sensibilidad a la sal, es utilizado para identificar a los individuos en los que la ingesta aguda de sal provoca cambios metabólicos identificables, ya sea una alteración de la presión arterial, o una restricción de la capacidad renal para responder a la carga de sal. Además, existen evidencias de predisposición genética de sensibilidad a la sal, ya que la prevalencia es mayor en algunos grupos raciales, como los afroamericanos.

 

Con el paso de los años, aumenta la susceptibilidad a los efectos adversos de sodio sobre la presión arterial. De hecho, a medida que envejecemos disminuye el número de nefronas y su función, disminuyendo por ello la capacidad renal para regular el sodio. Así, la disminución del consumo de sal sería una medida preventiva aconsejada para las personas predispuestas, aunque la recomendación no es exclusiva para los hipertensos, sino que también es importante para quienes tienen alguna enfermedad relacionada con el sistema cardiovascular -como la insuficiencia cardiaca-, con el sistema hepático y renal, diabéticos, ya que dichas enfermedades constituyen un factor de riesgo para la salud cardiovascular.

 

 

 

Dieta cardiosaludable

Para la prevención cardiovascular y otras enfermedades crónicas, se debe conseguir un equilibrio en nuestra dieta. Sin embargo, en la dieta occidental predomina el consumo de abundante grasa saturada, pocos ácidos grasos monoinsaturados y un exceso de ácidos grasos omega-6 frente a los omega-3. Dado que existen suficientes evidencias sobre los beneficios de la dieta mediterránea tradicional, que incluye un alto contenido en verduras y frutas, legumbres, cereales integrales, pescado, aceite de oliva -especialmente el virgen-, frutos secos y productos lácteos desnatados, se aconseja la adopción de una dieta tipo mediterránea, acompañada de un estilo de vida saludable (mantener el peso, realizar actividad física y evitar el consumo de tabaco), para reducir el riesgo de enfermedad.

 

La Sociedad Española de Arteriosclerosis, a través de sus unidades de Lípidos y Nutrición, recomienda la ingesta de los alimentos que aparecen en la Tabla 2 para mejorar la salud cardiovascular y prevenir las enfermedades asociadas como ateroesclerosis e hipercolesterolemia, entre otras.

 

¿Sabias que?

 

Pautas dietético‐alimentarias en enfermedades cardiovasculares

*Los alimentos señalados con un asterisco, deben limitarse en pacientes con sobrepeso o hipertrigliceridemia, debido a su riqueza calórica. Adaptada de las recomendaciones de la SEA. Cocinado: con poco aceite (oliva). Evitar en lo posible los fritos y guisos. Preferible a la plancha, horno, microondas. Retirar la grasa visible de la carne antes de cocinarla. Frecuencia recomendada de carnes y aves: carnes magras, dos días por semana; pollo, pavo sin piel o conejo, dos o tres días por semana. Cantidad recomendada: una sola vez al día, no más de 200 g. Condimentos: todo tipo. Sal con moderación.

Tabla 2. Pautas Dietético-alimentarias en enfermedades cardiovasculares.

 

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